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Grigori Wassiljewitsch, Fischer, 1840

Casa / Abraham Ibáñez





Quand les cimes de notre ciel se rejoindront
Ma maison aura un toit.
Paul Éluard

Y ese viaje que la mirada todavía sostiene
abandona el umbral de una tarde de lluvia en la infancia.
José Carlos Becerra




I

Ha partido a nuestros pies el camino
El punto de partida hasta el destierro
sobre el extremo de pasos jamás devueltos a su origen

Dejamos que la casa se echara por la puerta una mañana
y la puerta era el último piso de un año que más tarde
arrumbamos en un armario  

Aún escuchamos la lluvia que partió con ella
No hay pan ni aves que corroboren esa música herida
con la que inventábamos a gritos el verano
El sol era un plato para servir el hambre en todos lados
Sabiendo que la casa era nuestra más allá de la luz del patio
Sabiendo que llevábamos el escombro en los ojos
y que nuestras manos estaban hechas del estertor de los muebles
sobre los que goteaba a solas la tarde

Hemos perdido ese rincón también
ese deseo de vernos llegar desde el fondo de nuestras voces
de saltar sobre un estremecimiento del tamaño del poniente
que ahora miramos esperando vernos partir
y escuchar tras de nosotros el silencio
que se ha quedado en casa para ladrar ausencias

Y no nos resta sino esa tristeza
ese bostezo de reuniones
que desde nuestras miradas iluminaba boca a boca el asombro
iluminado a su tiempo por el resplandor de una televisión
donde sonreía un sol enmohecido  

Sonreía el dolor para nosotros
para nuestro aire de niños encerrados
castigados a mirar sin pudor la vida

Niños ávidos por el fulgor de una pantalla
por saberse entre los muros que les devolvían la sombra
y en ella la certeza de saberse iluminados
Sentir en ellos los rumores de las imágenes de fiesta
que hoy crecen como musgo
en el intersticio de la luz de una ventana
al otro lado de la noche

Siembro en el aire acordes que no vivimos
Música de odio para carcomer la pérdida
Notas que se sofocan en su rincón ausente
Amargan con soltura el sabor a ruina que soy
Y sé que hemos perdido completamente la casa

(Apago la luz
Huele a palabra callada esta distancia
que presiento en el resuello de un mundo
nombrado esta mañana para volver a él)


II

Despierto en el origen de esta sed que vierto
Paso una mano por la cara del sueño y es casi azul
la vida del patio en la mañana

Mi familia es un rebaño de metáforas
El sol se levanta a sus espaldas
Sobre la mesa -y a nuestro lado- contra luz sin peso
todo lo reitera para soslayar la ausencia

La casa es reciente lluvia de guitarras
Las cortinas al viento ondulan nuestros ojos
que sonríen al sentarse entre miradas de leche tibia

Tomamos palabras calladas como pan
y envuelto el gesto en la melancolía de las nueve
comemos hasta saciar de ingenuidad el silencio

Son nuestras bocas fiesta de poquísimas migajas
Parca lamentación donde resuenan notas para el invierno
 
Tardes y horizontes abrazan con la música
el gesto que gira en mi cara por vez primera

Estas puertas se olvidarán de cerrarse
inocentes en su temblor de flor oscura
que presiente en su pecho la distancia

El café es una selva ante mis ojos
que me lleva de noche a izar árboles de niebla 
Copa inalcanzable de la sed soy
Despreocupado gesto en el filo de un pensamiento acantilado

Bulle la luz del mundo en torno a nuestras manos
Por todas partes su rigor metálico
Por todos lados al surgir
y al quebrarse el día por dentro
en el ámbito redondo de cada juego

Contra la fragilidad de un movimiento apenas presentido
persigue una voz que no es la voz que lo llama
sino el ruido de un ave que se nombra en la ceniza
-último color del cielo a la mitad de un sueño
cerrado con llave desde adentro

Es el origen del miedo esa voz que despierta al polvo
Alzo los ojos siempre más allá de su transparencia
Llevo árboles al pecho que me sé de lejos
Ramas que atraviesan el tiempo hasta revertirlo
Hojas que arranqué al bosque de mi nombre

Sobre mi miedo se tiende el murmullo de trenes
El espanto de ciudades rendidas al ser recordadas
Escucho con atención el aullido de la calma
Música que es un puente para escuchar morir esos pasos
       [que no me atrevo a dar
Música que busco en lo azul de una ventana
y que sobrevuela el miedo

Más allá del rencor que me levanta y oblitera
respira una herida vuelta hoguera y alimento
Abro mi pecho hasta alcanzar los bordes de este escenario

Horizontes que se traspapelan en páginas sin orden
Lámparas que no visita el filamento de ángeles antes cotidianos
Llamadas que han ido a revolcarse al fondo de un cenicero
donde soy el humo de huesos que suspiran la ausencia
donde el hombre que soy solventa en silencio
el retrato que el reflejo se atreve a eludir a solas
III

El miedo es un acopio de sombras que el sueño eleva

Tirita
entre mi padre y el insomnio
la llama de una voz que es mi nombre
Es mi padre esa voz que sueña
es mi padre ese resplandor que alza su sombra
y la sombra es padre de ese miedo que tiembla solo en cama

Bajo las sábanas el mundo es otro
Las horas mueren cuando cierro los ojos
Son un árbol que cae a solas y que nadie acierta a escuchar

Es otro el despertar con la vida a solas de este cuarto
Sostengo su respiración y sé que es mío el aliento
que revuelve diarios sobre la mesa sola

El desayuno respira por su cuenta
La leche esperó de más antes de asentarse
en lo espeso de mis pensamientos
-flota sobre el sueño una mosca

Soy ese temblor que registra el miedo a solas
Soy el papel del diario que reserva una mancha en las páginas centrales
Soy el papel que funge un insecto muerto y el hambre de un niño
que mira la puerta abierta y sabe que es su nombre el ahogado
-y que vuelve a cerrar los ojos hasta cerrarse el día


IV

El miedo ha caído por su propia boca
Vuelca el hígado un recuerdo que hinca y aterra
en ese gramo de vida que es miedo y rencor

No se ha vuelto a llamar casa a esta sombra

No queda más quietud que la de estos pasos cerrados sobre sí
el ensimismamiento que los desmorona en ruido y desarraigo
la avaricia del resplandor que recorría la voz al decir un nombre

A lo lejos tu casa muere entre tus manos
Nuestros ojos son su propio dolor y los huesos
dan el ancho de una muerte que se presiente en todos lados

Algo late en las costillas del cuarto que soy a solas

Abro la puerta y sé que es inútil escuchar el silencio
en el rincón del recuerdo que una mano señala
que alza el vuelo como ave que ha probado el vacío
y se levanta moribunda en mí  

No me atrevo a que la ausencia me mire de frente

Cabe en mi mano el mundo que me muere
entre murmullos y heridas de vida
donde levanta mi nombre la palabra
y me pronuncia el miedo al miedo que llevo en la boca
miedo al rencor que arraiga mi rostro de piedra
que se mira en una voz de hace años
y pugna se agrieta por jamás volver


V

Nada es más grande que este latido oscuro

Se levanta en medio de todos los cuartos
su respiración de ángel desierto

Su sangre es el silencio de un dios
que enmudeció al cerrarse la puerta

Me acerco a la ventana y escucho
el vaho de un invierno a punto de nacer

El odio rasca las paredes de nuestra casa
Sangran polvo sobre los huesos
abandonados al dormir

Las mesas sostienen el beso de la niebla
rezago del solsticio que en tus manos halló un nido

La memoria ríe empañada a solas
Vuelven a su cuadrante
sobre nuestras cabezas
las nubes de ese rencor súbito

*                            

Repita el fragor hasta cansarse
Repita el fragor hasta escanciarse
Repita el fragor hasta esclarecerse

*

La música herida se arrastra bajo las venas del sueño
En el revés de sus miedos sus humanas conjeturas
se deshacen en un instante
que va estrellarse contra los espejos

Más allá del hastío y la disgregación
Más allá del crepitar de una palabra con visos de la infancia
Lejos de la imagen que recorre los ejes del deterioro
Se alza la música en su aura de enredadera cubierta de tapias

Cruza por la ventana y escucha al otoño que muere
Revuelve por última vez el brillo irrecuperable
de un volcán en arias de la noche

Busca el árbol con sus viejos brazos en alto
La ventana a la que jamás ha de llegar a tiempo
y el azul de las rendijas que coloreaba el aire
en esa calle moribunda que todavía nos crece en los ojos
donde entrevemos la distancia absorta de nuestros cuerpos

El ruido que precede a la música arde en el fondo de todo esto
Era fragua en la garganta la voz que llamaba  
      [al otro lado del sueño
Era nuestra risa fundando estatuas en cada parque
¿Escuchas todavía el dolor con que se anclan a mi norte?
¿Sus pisadas de hierro que de luz oxidan nuestras caras?
El miedo es la casa que soy a solas
Sólo esto puede ser cierto


Nada es más grande que este latido oscuro.



*


















Abraham Ibáñez. Estudiante de Literatura en la UAP. Nació el 13 de diciembre de 1990 en la ciudad de Puebla. Ha publicado en medios electrónicos. En 2014 obtuvo el 1er lugar en la categoría Cuento del XV Premio Filosofía y Letras de la Universidad Autónoma de Puebla. En 2015 obtuvo el 2° lugar en la décimo sexta edición del mismo premio en la categoría Poesía. Los poemas aquí incluidos son los meritorios de dicha gratificación.